
Cierro los ojos.
Por mi mente pasan imágenes de ese lugar cálido que me da paz, el sonido del silencio invade mi alma y una caricia estremece mi cuerpo. El deseo de un placer más allá de lo físico parece no ser fácil de conseguir, pero soy de las que piensan que nada es imposible.
Ya he sentido esa mirada que convierte en lava la sangre, debilita mi fortaleza y construye latidos en partes del cuerpo donde no alcanza la razón. No era el lugar, ni el momento, ni la persona que estaba destinada a invadir mi espacio, es por ello que desde la distancia me hizo el regalo de mi vida. Conocer el verdadero significado del amor. No es ese que te dice “Te quiero”, ni el que te regala flores. Es ese sentimiento que navega en la distancia, atraviesa portales del tiempo y llega desde otras dimensiones, para recordarte que estás vivo y eres capaz de todo lo que te propongas.
A veces, todavía me visita en la soledad, cuando el mundo duerme y nadie observa. Se adueña de mis pensamientos, sueño con su olor y acaricia mi alma sin pretenderlo. Todo desde la distancia.
¿será posible recibir lo mismo desde la cercanía?
Mi gran deseo aparece ante mi. Me derrite con su mirada al girar la esquina, la ciudad desaparece y una calidez se presenta de la nada. Visita cada rincón de mi cuerpo y lo llena de besos, humedece mi sexo sin tan siquiera tocarme y siento su placer entrando en mí lentamente, acariciando mi alma y consiguiendo que olvide hasta mi nombre.
Los cinco sentidos se hacen presentes, o siete, ya he perdido la cuenta. Las horas pasan, el sol desaparece y la luna nos saluda con su magia, esa que impide cerrar los ojos, no vaya a desaparecer esta fantasía. La perversión todavía no ha llegado, aunque lo hará, porque esta conexión no se acaba en el primer encuentro, esto solo es el inicio de numerosos encuentros donde la lujuria y la pasión alcanzan un punto de no retorno.
Y todo lo demás es poco.
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