Confusión Umami

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Ahí está, ajeno a mi presencia. Mientras yo lo observo, él permanece con los ojos cerrados, mostrándose sin pudor, inmerso en sus reflexiones. Admiro cada sombra, curva y matiz de su cuerpo desnudo, bañado en pequeñas gotas brillantes, que caen por su piel, acariciando cada centímetro con una decisión aplastante, sin azaramiento alguno.

Como las envidio, y a la vez las deseo. Muero por fundirme entre ellas, degustarlas, atraparlas entre mis dedos, labios y lengua. Degustar, a su paso, el umami de sus pensamientos y provocar el caos en su mente. Verlo sumido en un sueño real, alterando, de manera casi imperceptible, el pulso de sus movimientos, lentos y excitados, pausados y contundentes, suaves y firmes.

El fuego me atrapa, me devora y empuja a dar paso más allá. Su cuerpo me paraliza, su respiración golpea mi juicio, ver sus labios húmedos derrite los míos. El apetito aumenta, la sed se desborda y yo ardo, solo con imaginar su final. Quiero abalanzarme y arrancar todas sus dudas, ofrecerle el despertar más pletórico, que su alma pueda soportar.

Pocos centímetros nos separan y mi presencia crea desconcierto en el estado de ambos. No me ve, pero me percibe. Ansía mi contacto, sin embargo, cuando alcance mi objetivo, todo acabará. No. Me niego. Esto no puede finalizar. Me siento más viva que nunca, con esta lujuriosa inocencia.

Me arriesgo, extiendo mi brazo, tenso la mano y alargo los dedos para retirar una pequeña gota, que amenaza con desprenderse del punto más apetecible. Acto seguido, lo acerco a mi boca para lamerla. Su olor me excita hasta el límite de la locura. Lo quiero todo, ya, pero cuando lo alcance, todo concluirá.

Con una calma inquietante, me decido, acerco mi lengua y retiro los restos de ese delicioso líquido, que, instantes antes, he saboreado. Dulce y salado, ácido y agradable, amargo y apetitoso. Quiero más. Lo miro de nuevo y su rostro me indica que continúa en un sueño profundo, aunque su pecho se balancea con energía y un pequeño jadeo escapa de sus pulmones.

Sonrío. Su estado me resta tanta inseguridad como cordura. Me acerco con calma, para relamer cada perfecta imperfección, hasta llegar al punto inicial. Repito varias veces, mientras se agita con mayor firmeza. Cuando he conseguido retirar cada una de esas gotas que tantos celos me causaban, poso mi mirada en la suya. Él, ya consciente de la auténtica situación, me la devuelve, y atentos a cada gesto, sin desvanecer nuestra conexión, nos decidimos a llevar al límite, nuestra confusión, con el sabor más envolvente de la historia.

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